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  • En muchos estudios fuera del campo posfundacional la

    2019-05-21

    En muchos estudios (fuera del campo posfundacional) la referencia 6-O-α-Maltosyl-β-cyclodextrin Laclau proviene de teorizar el “discurso populista”. Existe un frecuente equívoco que es interpretar esto como una reducción a una especie de lenguaje populista. Al respecto, el esfuerzo de Laclau por establecer el estatus de su categoría de discurso parece haber sido inversamente proporcional a su éxito. Quizá el mismo autor haya contribuido a esta confusión ya que sus ejemplos de populismo se basan, muchas veces, en una noción de discurso-textual y sus incursiones por la retórica profundizaron esta línea. Además, es preciso decirlo, la gran mayoría de las investigaciones “en perspectiva laclausiana” han construido corpus textuales (frecuentemente los discursos de los líderes “populistas”). Con esto, por un lado, se ha dejado de lado la idea de discurso como articulación de elementos (demandas o tradiciones populares) que por supuesto tienen materialidad en palabras, íconos, símbolos, gestos pero que no se agotan allí. Por otro lado, se ha desatendido otra dimensión consustancial en lo discursivo: el lugar de las condiciones de recepción (o reconocimiento) del discurso populista. Sin esta inclusión, la articulación queda subteorizada en su faz horizontal o subsumida a una estrategia del líder. Este reparo había sido realizado por Emilio de Ipola en 1979 ante la primera teoría del populismo de Laclau y sigue vigente. El problema es tal que desde diferentes perspectivas se vislumbran las condiciones que hacen posible los efectos de la seducción populista. En el caso de la teoría de Laclau, el asunto se deriva originalmente de la célebre noción de interpelación de Althusser y las condiciones para que el llamado sea respondido. Ahora bien, las condiciones de recepción del discurso, es evidente, son otras, son discursos sedimentados pero que no tienen necesariamente una forma articulada. En La razón populista será el psicoanálisis el que brinde pistas para pensar la cuestión a partir de la noción de afecto e investidura afectiva. La relación entre discurso, subjetividad y cultura queda entonces a la vez delineada e insuficientemente abordada. Las soluciones de Barros de teorizar la noción de underdogs con la ayuda de categorías de Rancière implica no sólo sacar la teoría de Laclau de su formalismo sino también inscribir algún tipo de fundamento ya que el autor francés basa la emergencia del desacuerdo en el supuesto de igualdad-libertad (que constituye un fundamento). A su modo, Panizza también incluye un populismo que tramita la equidad a pulmonary circuit partir de una intervención y, por lo tanto, puede distinguirse el buen populismo del malo. Por su parte, la solución de Balsa de restituir el anclaje sociológico a “pueblo” reinstituye un contenido de lo popular (de inspiración gramsciana) que es independiente de su articulación en el discurso populista. En un registro similar podemos leer la crítica de Enrique Dussel a Laclau a partir de definir como pueblo a la comunidad de víctimas a las que el sistema les niega la vida. Es decir, no cualquiera puede denunciar una situación como demanda sino sólo aquellos que objetivamente están en una situación de negatividad -digamos (mal), “objetiva”- respecto al sistema. Paradójicamente, la posición de Laclau es más rica en términos metodológicos (un aspecto, como varios autores han señalado, muy descuidado en su obra) ya que permite explicar no sólo la producción del pueblo “plebeyo” o estudiar la formación de sujetos de las clases subalternas o populares (en el sentido dusseliano) sino también comprender la formación de otros sujetos políticos con orientaciones ideológicas conservadoras o reaccionarias. El debate sobre los alcances de la categoría de populismo y sobre la relación de líderes o procesos populistas con la democracia es, saludablemente, interminable. Éstos no son solamente teóricos y académicos sino que se insertan en una disputa eminentemente política ya que implican concepciones normativas sobre la democracia y la justicia. No se trata, entonces, de seguir lamentando una polisemia sino de asumir las condiciones actuales del debate en términos teóricos, epistemológicos y normativos. Este artículo es una apuesta a ello.